Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 29 de enero de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 81, 2274-2277
Tema: Interpelación del Sr. Cassola sobre la solución de la crisis ministerial

Ni en el fondo ni en la forma esperaba yo seguramente, Sres. Diputados, el discurso que acabáis de oír; y no lo esperaba, porque me parecía a mí que el Sr. Romero Robledo no estaba en aptitud de pronunciarlo; y lo entendía hasta tal punto, que yo en su lugar no lo hubiera hecho.

Después de todo, S.S. ha puesto bastante acaloramiento las cosas para que yo tenga más necesidad que la de indicarlas y resulte la verdad completa. Porque ese hipnotismo que me atribuye, esa manera de hipnotizar a los demás, resulta que si la hubiera empleado con su señoría? (El Sr. Romero Robledo: No le hubiera dado resultado). ¡Ah! ¿No me hubiera dado resultado? ¡Pues si S.S. mismo lo ha dicho! No me puso más que una condición: que fuera Ministro de la Guerra el Sr. Cassola, y que cunado vacara la Presidencia, fuera S.S. Presidente del Congreso.

Si hubiera tenido ese cristal brillante que, según S.S., pongo ante los ojos de los Sres. Diputados y de las oposiciones, y lo hubiese puesto enfrente de S.S., le habría hipnotizado y no hubiera pronunciado el discurso que le hemos oído esta tarde.

No hablaré de conciliación, ya que S.S. no quiere que hable de ello. (El Sr. Romero Robledo: Diga S.S. lo que quiera). No; ¡si quiero dar gusto a S.S. en eso y en todo, porque voy a confirmar cuanto ha dicho! Su señoría ha empezado haciendo un alarde extraordinario de que S.S. no se acercó a mí ni a nadie para la conciliación, y ha dicho que yo fui a buscarle, pero que S.S. no pensó en dar paso alguno para la conciliación, y menos en aproximarse a mí. Es verdad; pero aquí puede entrar en S.S. la habilidad que me atribuye, porque S.S. sabe bien que yo no le vi espontáneamente para la conciliación, sino que lo hice cediendo a las indicaciones de uno de los elementos que habían de venir a reconstituir el partido liberal y en mi deseo de no poner obstáculo alguno a esa reconstitución.

Sabe bien la persona a quien me refiero, que cuando hace tiempo me habló de S.S., le dije que no rechazaba yo en manera alguna que S.S. viniera al partido liberal; que el partido liberal tenía los brazos abiertos para todo el que quisiera venir a ayudarle, pero que por de pronto no se trataba de que S.S. ingresara en el partido liberal, sino de reconstituir éste como estaba antes, y que luego podría venir S.S. y sería aceptado con mucho gusto. Me dijo esa personalidad a quien aludo, que no podía hacer nada si yo no trataba con S.S., y yo traté con S.S. para no poner dificultad alguna a la reconstitución del partido. Traté, en efecto, con S.S., y después de haber dicho yo, sin que S.S. tuviera necesidad de hacer indicación alguna, que no sólo en la conferencia que con S.S. celebré, sino en las conferencias habidas con otros Sres. Diputados, no había visto más que un gran desinterés personal, S.S. después de cuatro ideas generales, me habló de que cuando llegara el caso, que quería que llegara cuanto antes, me acordase de dar representación a S.S., y dije que no había cosa más natural, cuando llegara su oportunidad.

Después me habló S.S. del Ministerio de la Guerra para el señor general Cassola, y yo contesté a S.S.: he hablado con el Sr. Cassola, y me ha dicho que no quiere ser Ministro de la Guerra porque está enfermo. (El Sr. Romero Robledo: Es imposible. No quiero contestar más que esto, que deseo que conste en el Diario: parece imposible). Pues me lo había dicho el Sr. Cassola el día antes. Y aparte de eso, hice a S.S. la observación de que no creía conveniente por el momento la entrada en el Ministerio del Sr. Cassola; S.S. me dio sus razones, y yo manifesté que, andando el tiempo, las circunstancias serían las que determinaran lo que debía hacerse.

Por lo demás, yo he dicho siempre que el señor Cassola se me ha manifestado con el mayor desinterés, y que en la conferencia que con él tuve, al hablar de las reformas militares (El Sr. Cassola pide la palabra), le indiqué que lo que echara de menos podía realizarlo el Sr. Chinchilla u otro general que le reemplazara, o el mismo Sr. Cassola cuando volviese al Ministerio; y el Sr. Cassola, en honor de la verdad, se adelantó a decirme: no piense usted en mí para el Ministerio, porque algunos creen que estoy incomodado porque no soy Ministro, y esto no es cierto. Mi salud no es de los más favorable para ocupar el Ministerio de la manera que lo ocupé yo; porque cuando desempeño algún cargo (y esto es verdad) quiero desempeñarlo bien, y hago un trabajo rudo, penoso, ímprobo, que, dado el estado de mi salud hoy por hoy, no me conviene. (El Sr. Cassola: Ya lo diré yo, y cuándo y en qué ocasión ha ocurrido eso, porque no me resigno a ser inválido porque S.S. quiera). ¡Si yo no pretendo que S.S. se resigne a ser inválido!

Pero dice el Sr. Romero Robledo: ¿es que quería el Sr. Sagasta transigir o conciliarse con el señor general Cassola y no llevarle al Ministerio de la Guerra? Sí; y ¿por qué no?; o llevarle, según conviniera. Si convenía llevarle al Ministerio de la Guerra, llevarle; y si no, no. ¿Es que cree S.S. que no se puede hacer la conciliación más que con una cartera? Porque en ese caso la conciliación sólo podría relacionarse con [2274] nueve personas, puesto que no hay más que nueve carteras que repartir.

Yo quería la conciliación con el señor general Cassola como la buscaba con todos los elementos del partido liberal que con razón o sin ella se separaron de él; pero claro está que no había de tenerse la exigencia, para venir a la conciliación, de que todo el que entrara en ella había de contar con una cartera.

Dice S.S. que eso es poner el veto al señor general Cassola. No, Sr. Romero Robledo; eso no es poner el veto al señor general Cassola; pero si fuese poner el veto el haber expuesto yo la creencia de que en aquel momento no podía o no debía venir al Ministerio de la Guerra el señor general Cassola, S.S. ha puesto el veto a todos los generales, puesto que cree que sólo el señor general Cassola es el que puede venir al Ministerio de la Guerra. No, Sr. Romero Robledo; no ha estado S.S. justo, ni creo que conveniente. Yo hice todo lo que pude para realizar la conciliación, y la conciliación, en realidad, estaba hecha en los límites en que yo me había propuesto hacerla; límites que extendí para quitar todo pretexto que pudiera hacer creer a algunos de los elementos del partido liberal que yo ponía dificultades a la conciliación; pero en realidad yo, creyendo conveniente fortalecer al partido liberal con esos elementos, juzgaba que no era la ocasión oportuna, puesto que yo quería dejarlo eso para después, reconstituyendo primero el partido liberal tal como estaba cuando su advenimiento al poder, y después reforzándolo con todos aquellos elementos que de buena fe quisieran venir a ayudarle en su tarea, y para eso guardaba yo el elemento importante de S.S. para esta segunda etapa.

Pero como alguno de los elementos necesarios para la reconstitución me pedía que me entendiera con S.S., para alejar todo pretexto, para que nunca pudiera decirse que yo ponía la más pequeña dificultad para la conciliación, traté con S.S. Extendí, pues, la conciliación hasta S.S. con ánimo de realizarla, y creía tenerla realizada; y como representación de los elementos de S.S. conté con el distinguido amigo de S.S., Sr. Bosch y Fustegueras. Pensaba contar con la representación en el Ministerio de la Guerra, para lo cual hice los mayores esfuerzos, del Sr. López Domínguez.

Tenía además en cuenta que, respecto de otros de nuestros amigos no se trataba de conciliación, puesto que conciliados estaban; pero para quitar también las diferencias económicas que separaban a un elemento de otro de la mayoría, creía poder contar con la representación en el Ministerio de Hacienda del Sr. Gamazo o del Sr. Maura. Ésta me parecía que era ya la conciliación; porque, aunque es verdad que faltaba otra personalidad importante, bien saben los que conmigo han tratado que no he opuesto jamás dificultad alguna, y que, al contrario, quería allanar los obstáculos que se opusieran para que al fin y al cabo se viniera a establecer la debida inteligencia.

En tal situación yo llamé al Sr. Bosch, le hice presente cuáles eran mis propósitos, y que para aquella noche tenía convocados a los elementos que habían de constituir la conciliación, en casa del señor Montero Ríos, que creía yo que también debía venir al Ministerio como lazo de unión entre unos amigos y otros de la mayoría en las cuestiones económicas, y además como coautor de la fórmula del sufragio universal, porque consideraba yo conveniente que tuviera en ese Ministerio representación uno de los autores de la fórmula, a fin de que nadie pudiese sospechar que por la crisis padeciera de ningún modo el programa del partido liberal; y ¡cual no fue mi sorpresa cuando el Sr. Bosch me dijo: yo estoy dispuesto a entrar en el Ministerio, pero a condición de que entre en Guerra el general Cassola!

Yo le contesté: no puedo aceptar esa condición, primero, porque, aunque no ha aceptado todavía la cartera, tengo compromisos contraídos con el general López Domínguez; y segundo, porque en estos momentos, sin agravio ninguno para el Sr. Cassola, creo más conveniente en el Ministerio de la Guerra al general López Domínguez que al general Cassola. Pues yo no puedo decidirme, me dijo el Sr. Bosch, sin consultar esta cuestión con el Sr. Romero Robledo.

Y en efecto, tuvieron una consulta; pero el señor Romero Robledo insistió en la condición, y desde aquel momento dije: pues lo siento mucho; no puedo contar con S.S., si ha de ser condición que entre en el Ministerio el general Cassola. Entonces limité la conciliación a los otros elementos, al Sr. López Domínguez y al Sr. Gamazo, y en casa del Sr. Montero Ríos nos reunimos todos, menos el Sr. Bosch, que estaba convocado a la reunión anterior, la cual tuve que aplazarla hasta esperar su contestación definitiva.

En esta situación, en casa del Sr. Montero Ríos conté yo lo que me había pasado con el Sr. Bosch, la exigencia que tenía, a la cual creía yo que no podía acceder; y entonces el Sr. López Domínguez, con una delicadeza que le honra, dijo: si esa fracción no entra en la conciliación, no puedo yo tampoco entrar; después de todo, con ellos he coincidido en muchas cosas, y si ahora resulta que entro yo solo en la conciliación, no me parece que lo hago como es debido, porque, después de todo, la conciliación con el señor Gamazo no es conciliación, no es más que la transacción en ideas económicas, en las pequeñas diferencias que existen entre unos y otros elementos de la mayoría, de la que el Sr. Gamazo forma parte. El único elemento, pues, que entra para la conciliación soy yo, decía el Sr. López Domínguez, y solo no puedo hacerlo, porque van a creer los demás que falto a la amistad y a las coincidencias a que hemos venido, y porque, además, yo solo no creo que entro gallardamente en la conciliación.

Entonces el Sr. López Domínguez declinó el entrar en el Ministerio. ¿Y qué hacia yo? Ya me quedaba sin conciliación; pero resulta que si me quedaba sin conciliación, era por la exigencia del Sr. Romero Robledo; exigencia que se fundaba, no en principios, en ideas ni en doctrinas, sino en que entrara en el Ministerio de la Guerra el Sr. Cassola. (El Sr. Romero Robledo: Ya hablaremos de eso). De manera, Sres. Diputados, que si yo hubiera aceptado la condición que me impuso el Sr. Bosch y Fustegueras, aquel día hubiera probablemente constituido el Ministerio, o por lo menos habría podido llevar la lista de Ministros a S. M. la Reina. Pero yo no podía dignamente hacer eso; no podía hacer eso desde el momento en que yo estaba en relaciones para este efecto con el Sr. López Domínguez, y después, porque no me parecía bien que el Sr. Cassola exigiera como condición para entrar en la conciliación, que me entendiera con el Sr. Romero Robledo, y que luego el Sr. Romero Robledo [2275] me exigiera como condición que hiciera Ministro de la Guerra al señor general Cassola.

Esto, Sr. Romero Robledo, no es un juego de despropósitos, es otra cosa. De manera que el discurso de S.S., que bien puede llamarse discurso de los despropósitos por las veces que ha repetido S.S. la palabra y por los muchos que contiene; de manera, repito, Sr. Romero Robledo, que todo aquel reflejo que S.S. cree que yo manejo para tener a las oposiciones así como suspensas, y por fin ver si me las atraigo, ése es el que me ha faltado en esta ocasión para atraerme los elementos de S.S. y los del Sr. Cassola; porque si en efecto hubiera empleado ese reflejo, con solo haber dicho al Sr. Bosch y Fustegueras: aceptado, me es igual el general Cassola que el general López Domínguez, la conciliación quizá se hubiera hecho.

Ya sabe, pues, el Congreso todo lo que ha pasado y por qué se ha roto la conciliación. Por la exigencia de la entrada del Sr. Cassola en el Ministerio, sin la cual S.S. no concibe conciliación ninguna, no quiso entrar el Sr. Bosch, y desapareció de la conciliación el elemento que capitanea S.S. Después, por cuestiones de delicadeza y de dignidad que honran mucho al Sr. López Domínguez, dijo éste que no se prestaba a entrar solo, porque podía alguien creer que cambiaba su situación por una cartera, y que eso no lo hacia él jamás después de las dificultades que había puesto para entrar en el Ministerio, dificultades que yo no había aún conseguido vencer por completo, pero que esperaba orillar en aquella reunión en casa del Sr. Montero Ríos, en la cual esperaba que me ayudaran el Sr. Bosch y Fustegueras, el Sr. Gamazo y el Sr. Montero Ríos.

Yo hice lo que pude para decidir al Sr. López Domínguez, y llegué a decirle: es verdad que me falta ese elemento de la conciliación; pero ese elemento (al cual había oído yo sin pena, pero no muy a gusto) tiene un inconveniente en medio de las ventajas que puede ofrecer; pues bien, una vez que ahora el Sr. Romero Robledo no entra porque tiene una exigencia a la cual creo que no puedo acceder, quedará eso para otra ocasión, y en último resultado la conciliación será mejor, porque tendrá menos dificultades para la mayoría y para el partido. Pero el señor López Domínguez no creyó que debía abandonar a S.S. y a los demás amigos con los cuales había coincidido en la jornada ésta de la conciliación, y el señor general López Domínguez, con un espíritu lleno de delicadeza, se empeñó en no entrar en el Ministerio.

Y ya me faltaban todos los elementos de la conciliación, porque no me quedaba más que la conciliación con el Sr. Gamazo; pero con el Sr. Gamazo yo no tenía que conciliarme, porque conciliado estoy, y sólo teníamos que transigir en la cuestión económica. (El Sr. Romero Robledo pide la palabra para rectificar). De lo demás de la conciliación yo poco puedo hablar, porque desde el momento en que fue encargado de la formación del Ministerio de la conciliación el que tan dignamente nos preside, yo no hice más que no oponerle dificultad ninguna, y, por el contrario, darle cuantas facilidades me pedía. Desde el primer momento, desde que a la salida de Palacio tuve la honra de recibir su visita, no hice más que procurarle facilidades. Que algunos amigos aceptaban bien o mal la conciliación; pues ¿qué conciliación se ve bien desde luego y de todos lados? Pero esos amigos se hubieran hecho cargo de la situación; yo hubiera llamado a su patriotismo, y estoy seguro de que hubieran obedecido. Por lo demás, ninguno de esos amigos se atrevió a decirme a mí nada que ofendiera ni la dignidad ni la personalidad en manera ninguna de nuestro ilustre Presidente, primero, porque ninguno se ha atrevido a semejante cosa, y después, porque están bien seguros de que yo no lo hubiera tolerado.

Yo supe la inquietud que había en el salón de conferencias, inquietud que provenía tanto de mis amigos como de los amigos de S.S., y que a la excitación de los unos correspondían las excitaciones de los otros. (El Sr. Romero Robledo: ¿De los míos?). Sí, porque cantaban también victoria y suponían sus amigos que iban a cantarles una especie de trágala a los míos, diciendo: ya cayó Sagasta, que es lo que importa; con Sagasta nada. Y esto a mis amigos no les podía gustar (Bien), y a eso contestaban: pues con Sagasta todo. Pero en el momento que lo supe, mandé a uno de mis amigos de mayor confianza para advertir a los demás que callaran y esperaran la solución, si querían seguir siendo amigos míos; y por último, cuando el digno Presidente de la Cámara se fue, después de un día de estar encargado de la formación del Ministerio, yo mismo le dije lo que había sabido como ocurrido en el salón de conferencias; pero también le advertí: espero que todos vendrán a la obediencia, y si no, todo lo que puede suceder es que esos que se llaman amigos, al derrotarle a usted me derroten a mí, nos derrotarán a los dos.

Pero yo no podía ocultarle al Presidente de la Cámara el movimiento que se me había dicho hubo en el salón de conferencias, y el Sr. Presidente de esta Cámara me conoce muy bien para saber que aquello que yo le decía lo había de cumplir. Yo le repetí: respondo de que la mayoría seguirá mis instrucciones y las de usted desde el Gobierno; pero si eso no sucediera, cuente usted con que, al derrotarle, me derrotarán a mí también. No hubiera llegado ese caso; pero, en fin, yo no podía hacer más ni podía ofrecer más; y todo lo que yo podía hacer lo hacía, y todo lo que yo podía ofrecer lo ofrecía. Por lo demás, S.S. nos ha referido una porción de cosas que ha soñado y que están muy lejos de la realidad; y digo que ha soñado, porque, como S.S. no ha estado aquí en el curso y desenvolvimiento de la crisis, no sabe bien lo que ha pasado.

Es S.S., en mi opinión, el español más ignorante de lo que ha ocurrido durante la crisis, que hay en España. Todo eso que nos ha referido de la conversación habida en casa del Sr. Marqués de la Vega de Armijo es pura invención. (El Sr. Romero Robledo: ¿Por qué no lo dijeron los periódicos de S.S. a tiempo?). Ya lo dije; pero además los periódicos no dijeron lo que ha contado S.S. Todo lo que ha dicho S.S. de la entrevista entre el Sr. Maura y el Sr. López Puigcerver, es invención también de S.S. (El Sr. Romero Robledo: Ya lo dirán). ¡Pues no lo han de decir! Es más: sin duda S.S. no podía leer los periódicos en aquel tiempo, porque S.S. no estaba aquí y no los leía fuera, y tampoco los ha leído después, pues de la conferencia habida entre el Sr. Puigcerver y el señor Maura a mi presencia dijeron todos los periódicos, con una gran unanimidad, la verdad de lo que pasó. Esa conferencia, Sr. Romero Robledo, la provoqué yo por indicación del mismo Presidente de esta Cámara, [2276] para facilitar la solución y para traer al Ministerio la conciliación entre las doctrinas económicas que se disputan el triunfo en las cuestiones financieras; porque creía el Sr. Maura, creía yo también y creía el señor Presidente de esta Cámara, que como se hacía verdaderamente la conciliación era viendo a los representantes de las doctrinas opuestas en el banco azul. A tanto no pude llegar. Se pararon las armonías en una cuestión arancelaria; pero de todos modos, el señor Puigcerver no ponía dificultad ninguna al señor Maura en sus aspiraciones, y siempre dijo el Sr. Puigcerver, lo mismo antes, cuando yo traté de constituir un Ministerio de conciliación, que cuando tuvo ese encargo el Sr. Alonso Martínez, siempre dijo que él no sería obstáculo ninguno para el Sr. Maura en su gestión de la Hacienda, pero desde los bancos encarnados, porque él no podía como Ministro tomar acuerdos que contrariaban sus compromisos anteriores y sus doctrinas.

De manera que estaban realmente de acuerdo en que el Sr. Puigcerver no opondría dificultad ninguna como Diputado, pero que como Ministro no podía tomar acuerdos que contrariaban sus compromisos, sus doctrinas y sus aspiraciones; y todavía, habiendo sabido que el Sr. Moret parecía transigir más que el señor Puigcerver, en vista de que yo no podía poner a éste de acuerdo con el Sr. Maura, en el acto mandé llamar al Sr. Moret; pero cuando acababa de ser llamado por teléfono, se presentó el dignísimo Presidente de esta Cámara en la Presidencia del Consejo de Ministros a decirme que ya era inútil todo, porque había fracasado la conciliación y venía a advertirme que iba a Palacio a declinar el encargo que S. M. le había conferido. No sabía aún el fracaso de las negociaciones entre el Sr. Puigcerver y el Sr. Maura, porque lo único que me dijo fue: el Sr. López Domínguez no quiere entrar en el Ministerio, y yo lo considero elemento esencial para el Ministerio de conciliación; y no queriendo entrar, voy a declinar el encargo quo de S. M. he recibido. En aquel momento, yo, que tenía avisado al Sr. Moret para ver si podía ponerse de acuerdo con el Sr. Maura, ya que no había conseguido esto con el Sr. Puigcerver, tuve que avisar de nuevo al Sr. Moret para que ya no viniera a verme.

De manera que ya sabe S.S. también por qué se rompió la conciliación en el segundo intento realizado por el Sr. Alonso Martínez, de lo cual yo no tengo culpa ni responsabilidad ninguna. Me parece que está claro todo, y que, por más que aguce S.S. el ingenio, no ha de poder demostrar que yo haya tenido responsabilidad en que la conciliación no se haya realizado; y por el contrario, y no quiero detenerme a demostrar esto, porque está claro como la luz del día, quedaré como evidente que no he podido hacer mayores esfuerzos, y también puedo decir más grandes sacrificios que los que yo he hecho para realizar la conciliación, y que he ido para realizarla más allá que nadie; porque al fin, S.S., para llegar a ella, no quería, por lo visto, más sino que el Sr. Cassola fuera Ministro de la Guerra, y yo tenía que prescindir de muchas cosas, que separarme de amigos muy cariñosos y que llamar a puertas a que en otro caso, y para un interés personal mío, no hubiera llamado jamás. (El Sr. Romero Robledo: Pero llamó). Llamé por la conciliación para la conciliación. Pues éste es mi mérito, que no podréis destruir. (Muy bien).

Lo que representa este Ministerio. Yo bien hubiera querido venir con el Ministerio anterior, pero no podía ser; había un Ministro enfermo y cuatro que se empeñaban en salir; ¿qué había yo de hacer? Y por otra parte, el disgusto que me causó la separación de aquellos dignos compañeros me traía una ventaja: la de poder decir que este Ministerio, bajo ciertos puntos de vista, no es el anterior, porque el Ministerio anterior había sido de lucha, de lucha porque a ella fue provocado, y no había tenido más remedio que defenderse, pero al fin y al cabo había sido un Ministerio de pelea; había vencido, pero había tenido que pelear; y si yo lo hubiera presentado después íntegro, habríais dicho: quiere la conciliación y todavía nos presenta el mismo Ministerio que nos atacó, y hasta podíais haber añadido, si es que vuestro amor propio no se resentía mucho: y que nos venció. (Risas. Muy bien).

Como esto humilla siempre, no he creído que debía en ningún concepto ni por ningún motivo, ni directa ni indirectamente, presentar en el banco ministerial nada que pudiera parecer una humillación para vosotros, cuando yo lo que quería hacer era todo lo contrario; arrojar un cable para que os cogieseis a él, y tirando vosotros de un lado y nosotros del otro, ver si nos encontrábamos en la mitad del camino. ¿No queréis? Pues vuestra será la responsabilidad; que nosotros, como nos hemos bastado hasta aquí, nos bastaremos en adelante, y haremos cuanto sea necesario para que el partido liberal concluya su obra y corone su programa. No hay más sino que no iremos tan contentos como iríamos en vuestra compañía; porque, como dije ayer, los que juntos empezamos la obra, juntos deberíamos acabarla, y ésta sería mi mayor satisfacción. Pero ¿no queréis? Pues vuestra será la culpa; que yo hago y nosotros hacemos todo lo posible para que esto no suceda; vuestra será la culpa; pero en cambio todavía será mayor nuestra gloria al realizar sin vosotros la obra que estábamos obligados a realizar todos juntos. (Muy bien). [2277]



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